Para vivir el mar (1990)
Hay que vivir en tierra para sentir el mar,
para soñarlo en noches de desvelo,
para volar encima de sus olas
y ahogarse en él.
Hay que vivir en tierra para saber a mar,
para santificar la sal y las gaviotas,
para azotar orillas con vientos desatados
o para acariciar barcos veleros.
Hay que vivir en tierra para nacer el mar,
para crucificar soledades en su espuma,
para abrazarlo y deshacerse en él,
embarrancarse en fondos arenosos
y encresparse,
para resplandecer en mediodías de agosto.
Hay que vivir en tierra para beber el mar,
para lamer de noche, a oscuras,
muertos embarcaderos de madera mojada
con un lento oleaje,
para multiplicar la luz
y convertirla en perlas ambarinas,
para descomponerse en playas alejadas
como un pescado al sol.
Hay que vivir en tierra para morir el mar,
para mitificar héroes de barro,
para recuperar la fe extraviada,
para agonizar de amor en sus orillas,
para sacrificarse en hogueras nocturnas,
para nadar a solas,
en sus heladas simas donde no llega el sol,
para enredarse en algas de pasiones deshechas
y desaparecer en remolinos de deseos,
para evaporarse
y dejar simplemente
una caricia de sal sobre la arena,
apenas un suspiro.
Hay que vivir en tierra para vivir el mar