La taberna del mar: enero 2007

31 enero 2007

Estorninos

Gladys-enea, Donostia
Rauda, una nube oscura se apresura, por fin
la bandada de aves, mesnada
sobre nosotros gorjeando en los plátanos del parque.
Una mujer se queja de la suciedad,
un hombre mira alegre los pájaros,
y nuestros caminos se separan al momento.
Yo me quedo con los pajarillos,
viajo con ellos,
y he sido de su grupo, hasta llegar a los andenes.
Tú, en cambio, has preferido
alejarte de los estorninos,
has montado en el primer autobús que has visto
sin billete, cual si huyeras.
Increíble algarabía alrededor,
los excrementos de las pequeñas aves
roen en el parque la pintura de los bancos,
y finalmente, se adhieren a mi cabello,
a mi cerebro, casi, para que en alguna ocasión
te lo pueda contar.
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29 enero 2007

Sálvame

Sálvame (1991)

El amor vive en la piel
de tus manos grandes y calientes
mojando tus caricias
de luz virgen.

El amor vive en tus ojos
de acero, en el sabor cobrizo
de tu iris y reverbera
como el agua de agosto en el océano.

¡Sálvame, Amor!
¡Acúname en tus manos!
¡Déjame que me pierda,
que me anegue en tu espuma,
que me asfixie en tu humo,
que me queme en tu fuego violeta!

Acaríciame al alba.
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26 enero 2007

Telaraña


Acababa de llegar desde el aparente infierno
de los muertos, y junto a la puerta
me encontraste de frente,
tú en brazos de un extraño.
Quise aplacar el daño que hizo
tu súbito brío profundo
y caí a este pozo
en el que cumplo condena, encerrado,
para redimir voluntariamente algo que no hice
y paliar el exabrupto de tu delirio.
Qué has hecho estos inviernos,
qué brazos te acogieron,
cuántos corazones habrás turbado,
fascinado y engañado,
quién no habrá admirado a semejante duende,
mientras yo sigo bajo llave encerrado.
Ahora, el moscardón sentimental
que atrapaste en la telaraña
me ha querido liberar, ignorantes los tres
–arácnido, moscón y mi alma mezquina–
que una ráfaga de viento nos arrastraría.
Tuvimos en las manos el estruendo de la felicidad
pero su onda expansiva rompió, para siempre,
la aventura imposible de peculiares pasiones.
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24 enero 2007

Cleobis y Bitón


A J.M. que se nos fue de esta vida como había pasado por ella: de puntillas.

Siempre me ha encantado la hermosa historia de los hermanos gemelos Cleobis y Bitón, cuyas magníficas estatuas se pueden ver en el Museo Arqueológico de Delfos. Su madre Cipide era una sacerdotisa de la diosa Hera. En uno de sus desplazamientos para acudir al festival de Hera en Argos, sus hijos, fuertes y jóvenes como nos hacen suponer las magníficas esculturas que los representan, se ofrecieron a ser ungidos al carro en lugar de los bueyes, pues éstos andaban ocupados en el campo (otras versiones cuentan que los bueyes desfallecieron en el largo camino y los hermanos les relevaron). El carro con la sacerdotisa fue arrastrado hasta Argos por Cleobis y Bitón, llegando a tiempo para el festival. Cuando llegaron al lugar de la celebración, la madre, emocionada por la devoción de sus hijos, que se tumbaron exhaustos sobre la arena, pidió a Hera que les concediera el mejor regalo que los dioses podrían ofrecer a un mortal. Hera no se lo pensó demasiado: delante de la desconsolada y arrepentida madre, la diosa decidió que Cleobis y Bitón merecían ese regalo: los hermanos gemelos murieron allí mismo, en la arena.

La muerte como el mejor regalo de los dioses, como el premio a una vida feliz y completa, como el merecido descanso, como el eterno olvido. Los cristianos nos hemos acostumbrado a temer a la muerte, pues entonces nos enfrentamos a nuestras acciones en el famoso juicio en el que pesarán nuestra alma, que se condenará en el fuego eterno o gozará de la infinita dicha de permanecer ante la presencia de Dios por toda la eternidad. Pensar en la muerte como en el mejor regalo de los dioses nos cuesta trabajo. Y sin embargo, qué liberador, qué estremecedor, qué esperanzador.

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22 enero 2007

Anoche regresé a Manderley

Abbadie, Hendaia
Anoche regresé a Manderley (2005)
A la señora Danvers se le ocurrió poner el gramófono en marcha. Para entonces aquella antigualla estaba convertida en pieza de museo, pero funcionaba. Sacó un disco de la vitrina, el primero que tenía a mano y último que había sonado en el aparato, música de Alan Rawsthorn, evidentemente, el concierto para trompeta y pequeña orquesta de cuerda.

¡Hermosa música!, pensó, e hizo girar su cuerpo un par de veces, imitando el movimiento del disco. Luego se dirigió al balcón y abrió el ventanal. Sabía que se acercaba la embarcación, ligero velero sobre la espuma saltarina. No salió a la balconada, no quería saber si la noche era oscura, no quería saber si las gotas de escarcha mojaban el camino del acantilado. Tampoco descorrió las cortinas porque no quería ver la amenaza de la marejada cerniéndose sobre la barca.

Pero sabía con certeza que, como en aquellas húmedas noches del pasado, se abriría el portón de hierro, y una vez atravesado, aparecería Rebeca entre acacias y magnolios. ¡Había pasado tanto tiempo desde que, juntas, lanzaron el cerrojo a las aguas profundas!

Pedazos de silencio que van hacia el mar y se los lleva el viento. Oigo música por todos lados, y por fin veré lo que no vi en el cine, mientras el aroma de rosas se mezcla con el sonido de trompetas a la luz de la luna llena: la señora Danvers aguarda, Rebeca regresa a Manderley.
(fragmento)

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19 enero 2007

Héroes


He cruzado contigo el Helesponto
en esta larga noche de tormentas heladas.
Nunca supe nadar,
mas me agarrabas
fuertemente con tus brazos morenos
cuando desfallecía.

Olas de espuma negra, huracanes
y bichos con ojos luminosos
que en el fondo acechaban
nuestro periplo a Asia,
hacia tu casa,
hacia ese poblacho que tus ojos anuncian,
de tejados de paja y paredes de arena.

Los otros marineros
que al pasar nos ofrecían su ayuda,
comprendían enseguida
que no necesitábamos una barca mohosa,
que los héroes se ahogan cuando les apetece.

Apoyado en la barra,
abrigo gris, ojos negros,
y sin un solo céntimo.

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17 enero 2007

Eje de la rueda


Comenzará la rueda a girar
acaso al despertar de la luz,
o cuando para acallar el estruendo
apriete el botón, quizás,
pero es cierto que romperá a rotar,
y, una vez que empiece,
danzará sin descanso como no bailó jamás.
En medio de la superficie circular
serás su recóndito eje,
atisbando el entorno una vez, y otra más,
retozando sobre mis veredas
brincarás como los viejos carromatos
enfilados cuesta abajo.
Aquí, en la butaca, sereno,
sentado entre letras de colores,
mi ser lejano y la vista aún más allá,
disfruto del licor;
soy el freno de la rueda
que se acerca a mi portal.

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15 enero 2007

Tú vete, amor, y espérame en la sombra


Tú vete, amor, y espérame en la sombra (1994)

Tú vete, amor, y espérame en la sombra,
yo aún quiero disfrutar del sol aunque me abrase.
Respira hondo y descansa.
Quiero alargar un siglo esta agonía,
esta disolución de muerte dulce,
de sacrificio extático,
de doloroso goce,
déjame disfrutar de esta quimera.

Tú vete, amor, y espérame en la sombra,
resucita,
toma fuerzas,
aún tenemos que hacer largos viajes.
Yo prefiero aguantar
aunque sea un siglo,
ya recuperaré al aliento luego,
ya me perfumaré después con ámbar cristalino,
déjame agonizar y morir
aunque sea un beso.

Tú vete, amor, y espérame en la sombra.

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12 enero 2007

Vicios


Intentas salir de una dependencia
y no puedes encontrar nada que la sustituya,
demasiado aire a tu disposición,
demasiado oxígeno en tu cerebro
y no tienes otra cosa que te aturda:
imágenes vivas que se suceden
en la pantalla gigante, dibujos irreales.
Figuras que robustecen la base de tu miembro
pero que ablandan tu cuerpo,
que lo compactan, nublan, refuerzan y deceleran,
en un doble movimiento incomprensible.
Entonces te posee una rabia inmensa
al percatarte de que las palabras ofrecidas al vacío
han desaparecido en la nada,
y que no hay forma de apaciguar
la ansiedad interior con ideas perdidas,
con vicios que sólo son buenos para ti,
que en este fluir sin sentido
se ha frustrado algo,
una carencia inconmensurable por necesidad.
En tu mente y en tu cuerpo
ronda la posibilidad de ver filmes inmundos,
pues los que exhiben en los cines
no son suficientes
para llenar con nuevas vísceras,
para sanar con aire fresco y sangre limpia,
el pecho que te abrirías en canal.

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10 enero 2007

Enero


Enero (1989)

Hoy el cielo refulge de gris amarillento,
cubierto por una gigantesca nube sucia infinita,
tachonada por súbitos destellos de luz agonizante,
que se escapa a intervalos por entre los resquicios
de ventanas entreabiertas en rascacielos de aluminio y cristal,
atravesando oscuras ramas de álamos resecos,
a los que se aferran mustias las postreras hojas amarillas,
temblando débilmente en el viento helado,
cual banderas congeladas en una feria moribunda.

Hoy no hay siquiera lluvia incolora que resbale sutil por las ventanas,
ni charcos de pesadumbre de tinieblas entre paseos oscuros,
ni adoquines mojados que reflejen ninguna luz de acero,
ni la gente se pierde en callejuelas de bruma intoxicada.

Hoy llevo a rastras la pena de no poder decir lo indecible,
luchando con la angustia de ser y no querer ser,
de hundirme en el olvido para siempre,
o de volver atrás,
antes de ser siquiera,
antes de mí,
donde no haya ni olvido.

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08 enero 2007

Las flores que nos echáis

Se acabó el plazo para opinar, y estos han sido los resultados:

Lo mejor de Serrano (43 votos emitidos):
· Los perros de Pushkar (18)
· Otra vez veinte años (17)
· Para cuando no estás (8)
· Algo profundo (4)
· Desencuentros (3)
· Se ruega tirar después de usar (1)
· El chico de la puerta del Pizza Hut de Connaught Place en Nueva Delhi (1)
· La noche que el Leteo me ofreciste (1)

Lo mejor de Zendoia (28 votos emitidos):
· No lo he conseguido (14)
· Ventanas sin cortina (8)
· Conjunción de astros (6)
· Viaje a la palabra (5)
· Nuestros fantasmas (3)
· En este vergel (1)
· Contenido (1)

He aquí, pues, los mejores textos del año 2.006, según el criterio de la selecta clientela de esta taberna. Se nos ocurren nuevas ideas: una selección de los mejores comentarios que habéis dejado, pues entre las flores que nos echáis hay algunas preciosas, un repaso a las fotografías... pero eso, en todo caso, queda para otra ocasión (o para el que quiera seguir buceando en las aguas de La Taberna del Mar).


No lo he conseguido

Ayer me propuse no pensar más en ti. No pensar tanto en ti, al menos. No lo he conseguido.

En mis ratos de insomnio voy ideando estos párrafos que te escribo. Muchos de ellos no están escritos a bote pronto, sino que son fruto de horas y horas de no poder dormir porque pienso en ti, pienso en qué decirte, busco palabras adecuadas para expresar mis sentimientos sin dañar los tuyos.

No quiero pensar tanto en ti, no porque no te quiera, sino porque quiero quererte más. No puedo pensar tanto en ti, si deseo mantener viva esta llama en mi. Hace tiempo que no sentía esta pasión y no quiero que me arrase, que me hunda, que me supere. Prefiero graduarla, disfrutarla más tiempo. Prefiero no cansarme del amor, no agotarme en un esfuerzo súbito. Prefiero ir sintiendo este gozo y este dolor con sosiego, con paciencia, con tranquilidad.

No quiero pensar tanto en ti, no porque no te quiera, sino porque quiero quererte más. No quiero que de tanto quererte dejes de quererme tú a mi. No quiero aburrirte. No quiero abusar de tu cariño, compañero. No podría soportar tu cansancio, no quisiera darme cuenta demasiado tarde de que tenía que haber frenado mi ímpetu.

No quiero que esta hermosa temporada termine, y menos aún, con un lánguido final. Esta llama ha de extinguirse porque el paso del tiempo es irremediable, no hay nada que dure una eternidad. Pero no quiero que esta llama sea un fogonazo que deslumbra, lo arrasa todo y se apaga con la misma violencia con la que prendió, quiero que permanezca hasta agotar, poco a poco, todo el combustible que la vida nos ha dado.

Por todo ello, ayer me propuse no pensar más en ti. No pensar tanto en ti, al menos.No lo he conseguido.

Jose M. Zendoia

Los perros de Pushkar

Pushkar es una pequeña ciudad perdida del desierto del Rajastán famosa por su lago sagrado y la feria de camellos que se celebra en otoño. Sus casas de colores se derraman alrededor del lago verde y espeso, al que se accede por unas escalinatas (los ghats).

Mi primera tarde en Pushkar fue una pequeña decepción: vi lo mismo que había visto ya en Fátima o Lourdes, demasiado negocio y poco espíritu. Sin embargo, a la mañana siguiente, me desperté hacia las cinco con el ruido de los tambores y campanas de los peregrinos que se acercaban a bañarse al lago al amanecer (en julio amanece hacia las cinco de la mañana en La India). Cogí mis chanclas y salí a dar un paseo. Tuve que pasar por encima del chico de la recepción del hotel, que dormitaba en un camastro interrumpiendo el paso hacia la puerta.

- “Walking?”, me preguntó sonriendo.

- “Yes”, respondí en inglés perfecto, como si hubiese nacido en el mismísimo Soho londinense.

Salí a la calle todavía oscura y un perro flaco que también dormitaba entre la basura comenzó a menear el rabo y se acercó a olisquearme. Me dan pánico los perros así que hice con la boca ese sonido que aprendí de pequeño para espantarlos, pero le debió gustar y comenzó a hacerme alegrías y a saltar a mi alrededor. Me acerqué hacia las escaleras y me descalcé (es signo de respeto caminar descalzo cuando se está a menos de 20 metros de lago, más o menos). El lago es muy pequeño y desde mi sitio podía ver de dónde provenía la algarabía de tambores y campanas: justo enfrente, en el ghat principal, un movimiento de saris y ropas anaranjadas anunciaba el próximo baño ritual. No soy experto en hinduismo pero el ritual del baño consiste fundamentalmente en bañarse. A la salida del sol, los dioses bajan al Ganges o al lago sagrado de Pushkar, por lo que meterse en el agua a esa hora conlleva la proximidad a ellos y la posibilidad de obtener su bendición. Justo en ese momento, una vaca enorme decidió sentarse en el sitio en el que yo había dejado mis chanclas, y no tuve el valor de molestarla, y menos tan cerca del lago sagrado, así que comencé a caminar descalzo junto a la orilla para acercarme a la zona de los rituales. A mi perro se le habían unido dos más, que saltaban encantados y comenzaban a mordisquearme los tobillos. Yo continuaba chasqueando la lengua, lo que parecía hechizarles, así que, para la hora en que llegué al ghat principal, llevaba a mi alrededor una docena de perros flacos que movían el rabo y saltaban y jugueteaban entre ellos. La visión de un turista blanco con una camiseta de Brasil, calvo y con gafas, descalzo y rodeado de perros causó una conmoción en el ghat: todo se detuvo, todas las miradas se concentraron en mí. Entonces se me acercó una señora mayor con un sari amarillo y rosa, me inspeccionó detenidamente y, señalándome los pies, comenzó a reír y a tocar las palmas: se había dado cuenta de que tengo dos dedos de los pies pegados, lo que pareció haber interpretado como un signo de buena suerte. Hizo que me sentara, rodeado de mis perros, y comenzaron a acercarse algunos de los bañistas, que no solo contemplaban mis pies sino que los tocaban y mojaban de agua sagrada. Me pintaron un círculo rojo en la frente.

Vi cosas bellísimas aquel día: una mujer embarazada con un sari mojado medio transparente derramaba agua verde sobre su barriga mientras entonaba algo parecido a “ram ram ram”, una anciana inválida recibía desde lo alto de la escalinata el agua del río que sus hijos y nietos le traían arrodillándose ante ella y mojándole con sus labios los pies, la barriga o la cabeza, dos ancianos se ayudaban a bajar los escalones hacia el agua pastosa, se frotaban de jabón mutuamente, se lavaban los dientes, se secaban el pelo apoyándose el uno en el otro...

Cuando el sol ya estaba alto y amarillo en el horizonte decidí volver. La vaca parecía que había decidido marcharse y mis chanclas ya eran libres al fin. Los perros se levantaron tras de mí y me acompañaron hasta la puerta del hotel.

El somnoliento conserje contempló con estupor cómo volvía de mi excursión: con un cortejo de veinte perros, al que se habían unido dos muchachos que tocaban música con una especie de violín, con mi círculo rojo en la frente, la camiseta de Brasil y las chanclas en la mano, el día en que los perros de Pushkar me convirtieron en un dios.

José L. Serrano

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05 enero 2007

Flechas enhebradas


Contemplo desde la ventana las gaviotas al pasar
y el caer de las últimas hojas que colgaban de los árboles.
Sean las palabras
flechas que llenan el aire, una tras otra.
Sea este poema recitado en voz baja
intersección de superficies
para que desde allí surja el eco,
prolongado al retumbar,
del graznido de gaviotas.
Sigue el caracol
pendido del hilo de palabras
pudiendo abatirse desde el cielo
sobre la hojarasca.
Me retienen mirando en silencio, asustado
tras el cristal de la ventana,
absorto en este descanso
subalterno del temor.
Sean las blancas aves quienes rasguen el azul,
y las hojas enmohecidas, su nido putrefacto.

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03 enero 2007

Huida


Sólo tras el crepúsculo
concibo el desastroso itinerario
que me condujo,
en una aleve e inmisericorde huida,
a implorar por tus besos desleídos,
esos besos culpables que me arrojas
como si fueran piedras a un tejado deshecho.

Como respuesta, me arrodillo en tu sombra
y respiro el polvo que levantan tus pasos,
y me arrastro aullando mis espantos,
de hielo como amor resquebrajado.

Pero el mismo crepúsculo irredento
agrieta las miserias de mi vida
y acoge mis desgarros y mis luchas
en su rosáceo y vaporoso seno.

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01 enero 2007

El Año


Seguramente, hoy aparecerán millones de mensajes, textos y declaraciones de intenciones parecidas a ésta en las páginas de la red, y yo he querido escribir algo. El calendario vigente no es más que una convención, pero como lo utilizamos para organizar nuestras vidas, hoy no es sólo un nuevo día, es un nuevo año también.

Por eso, en los documentos que escribamos durante los próximos doce meses colocaremos el guarismo dos mil siete, los niños que nazcan en ese periodo formarán una nueva quinta, y comenzamos hoy otro ejercicio contable con el inventario recién hecho.

Por lo demás, el mundo sigue adelante con todas sus miserias y alegrías, somos algo más viejos, eso sí, pero también ayer éramos más viejos que anteayer. En cualquier caso, estamos acostumbrados a ordenar el devenir del tiempo en periodos anuales, y por eso me pregunto: ¿será éste El Año...?

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