La taberna del mar: enero 2008

30 enero 2008

Caminabas despacio hacia la playa

Caminabas despacio hacia la playa,
arrastrando los pies, flemático,
cimbreando los muslos, indolente.

Tu caminar divino
desvela los arcanos,
descrucificas, conviertes en inútil
el venerado sacrificio.

Porque, muchacho, hoy me he perdido,
marchito,
tras tu caminar pausado por la arena.
Porque las olas adulaban tus cobrizos tobillos,
porque te agachabas y la espuma
reventaba de gozo contra tu pecho
manso como luz de caracola herida.
Porque bebiste mar salado
y la sal dejó níveas estelas por tu cuello,
porque una luz mirífica de estrellas marineras
resplandecía en tus rizos trigueños.

Soberbia luz de carne amoratada,
pálidos antebrazos,
anguloso perfil,
cálidas formas inmortales,
acariciando el agua,
bautizándome bajo tu abrazo pagano.

(Ayer falleció Paco Vidarte, a los 37 años. Un abrazo a los suyos desde nuestra taberna)

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25 enero 2008

Revivir


Revivir (1987)

Hoy de nuevo vivo
por primera vez,
pues éste es el primer
verso que te digo.

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Tristán e Isolda


Cinco horas y media de cualquier cosa es, a todas luces, excesivo. Tristán e Isolda es una de esas óperas a las que no conviene llevar a nadie que no esté preparado mentalmente si no quiere uno ganarse un enemigo para toda la vida.

La historia es simple: en un barco, Tristán lleva a Isolda para que se case con otro. Se enamoran. El otro se entera, hiere a Tristán que finalmente muere en los brazos de Isolda, que también muere.

Ahora viene el reparto de tiempos à la Wagner: durante una hora Isolda intenta que Tristán vaya a hablar con ella. Otra media hora en la que ambos se aterran por la llegada a puerto. Una hora y media en la que Tristán e Isolda cantan sin parar lo muchísimo que se quieren hasta el espadazo a Tristán. Cuarenta y cinco minutos de agonía de Tristán que, como esos toros que se recorren treinta y seis veces la plaza soltando chorros de sangre, no dobla el espinazo ni de broma. Otros cuarenta y cinco minutos en los que el resto de personajes va muriendo de uno en uno hasta que, finalmente, Isolda entona su desesperado canto de amor y muerte. Cae el telón. Si alguien hubiera cantado una sola estrofa más estoy seguro que alguien del público se habría levantado y disparado a matar.

Cinco horas y media de cualquier cosa es excesivo. ¿O no? Para mí Wagner es una borrachera. Bebes una copa, que te deja insatisfecho. Otra más y empiezas a entonarte. Entonces viene la pregunta clave ¿paro aquí o sigo? Con Wagner siempre decido seguir. Y empiezan las copas, una detrás de otra, todo da vueltas, el deleite que no para, las voces como cascadas que se desparraman entre los riscos, los inacabables delirios orquestales, los arrebatos de pasión casi insufribles, el corazón que palpita cada vez más fuerte, la tensión, los sudores, y otra copa, y una más, y ahora un corno inglés exquisito, con una melodía bellísima que te envuelve en una melancolía venenosa, suavemente acariciadora, agónicamente nostálgica (ay, esos silencios en el Teatro Real, qué escalofrío), y luego unas notas que recuerdan la única noche de amor, el alba que se acerca, las velas hinchadas del barco, lo que pudo haber sido, el amor que se va por la herida abierta, la sangre a chorros, ese epitafio: aquí yace él, donde yazgo yo, con él se va todo, con él muero, para finalmente comprender que la muerte no es posible porque el amor no se acaba, porque aún tenemos que sufrir el tormento eterno de seguir amando a alguien más allá de la vida.

Menuda resaca hoy.

¡Oh noche eterna,
dulce noche!
¡Augusta y sublime
noche del amor!

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23 enero 2008

Lágrimas cambiadas

A veces es muy difusa la línea que separa el mundo ficticio de este otro enigmático mundo real. Para hoy, precisamente para hoy, tenía preparado este texto de ánimo a los que deciden dar una nueva oportunidad a la vida, a tipos, tal vez, como Ennis del Mar.
Heath Ledger no tuvo tiempo. Descanse en la paz de los lagos y las montañas, donde una armónica sonará siempre para él.

Lágrimas cambiadas

El cinturón sobre la mesa y los zapatos en el suelo,
el cuerpo desnudo en la cama
jadeando, sollozando.
¿No había un momento mejor,
un día mejor
para empezar todo esto?
¿No lo pudimos haber dejado para mañana?
No es nada,
un pequeño cambio en la vida, otro cambio,
no es nada más que eso,
no poder ver las estrellas
cuando la luna pasa junto a ellas,
sólo es eso, casi nada,
dejar correr río abajo
el agua bendita que resucita el alma,
sólo eso y también, pero casi sin notarlo,
la condena a estar siempre pensando,
a esfumar horas de sueño,
todo eso,
ir aquí y allá,
recuperar el juicio,
encontrar en cualquier sitio la ilusión perdida,
también es todo esto,
disfrutar la vida y jugar con ella,
dejar las lágrimas desesperadas
y convertirlas en un sollozo de alegría,
jadeando,
el cuerpo desnudo en la cama,
el cinturón sobre la mesa y los zapatos en el suelo.

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21 enero 2008

Encargos incumplidos

Prometí escribir sobre nada
y no sé si lo hice.
Sobre lo que dijiste la otra noche
(pero son muchas ya).
Por la puerta que quedó entreabierta se colaron
ráfagas de aire helado,
y las enredaderas no se han metamorfoseado en nada,
si acaso aun se han enredado un poco más.
La monotonía implacable de los rayos de luna no trajo
ninguna consecuencia inesperada
(más bien resultó ser obvia)
y la desconfianza de los corazones de barro
ha dejado por fin de ser inesperada.
La luz seguirá inalterada tras los amores culpables
(algo por lo que todos sin duda damos gracias)
y los cerezos del barrio viejo ni se aturden
porque este invierno no nieva.
Pero no podré escribir nada
sobre las grávidas acequias de la melancolía,
que ya parieron hijos de magma venenoso,
ni sobre la anodina incandescencia gris de tus ojos congelados
(hace tiempo que dejó de ser anodina).

La perenne inquietud tras los armarios sigue siendo perenne,
y la podredumbre de los ejecutivos es aun más exacerbada.

Espero que los encargos sean más factibles este año.

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18 enero 2008

Un ruido insoportable


Como de un aparato de radio
mal sintonizado,
se propaga sin cesar en derredor
un ruido recurrente.
Un estruendo sin respuesta,
una voz como una burbuja
en medio del estrépito,
una voz que no dice nada,
un sonido incomprensible en el aire,
y el ademán del oyente, inimaginable
cuando el oyente es más sordo
que la roca desprendida al precipicio,
imperturbable
a la erosión constante de la lluvia
al ruido repulsivo de la radio
mal sintonizada,
a la idea repetida que le aburre
hoy tanto como ayer.

Luego se hizo el silencio,
ya no había nada que entender,
todo estaba dicho.

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16 enero 2008

El arte de los locos: fin (de momento)

Soy consciente de que os he dado ya bastante la tabarra este otoño-invierno así que voy a dejarlo, de momento. Se me quedan muchísimas cosas en el tintero, locos tan fascinantes como Carlo, Podesta, Paul Amar o el caso 411 (no se sabe ni su nombre).

Espero al menos haberos abierto los ojos al arte inconsciente, autónomo, autodidacta, personal, ajeno a escuelas y estilos, mediúmnico. A lo mejor un día oís una voz que os obliga a pintar, como Madge Gill, u os ponéis a tejer un vestido de novia con hilos de vuestras sábanas como Marguerite Sirvins, o encontráis una piedrecita que os inspira para construir un palacio (como Ferdinand Cheval) o una torre (como Simon Rodia) , u os da por escribir vuestra biografía como Adolf Wölfli o un mundo imaginario tan complicado y fascinante como el de Henry Darger. Espero que no os dé por mutilaros y fotografiaros (aunque sé que alguno ya lo habéis hecho) como David Nebreda: quizá sea mejor que os imaginéis en un mundo perfecto y romántico como el de Aloïse o de bellas palabras como el de August Walla o tremendamente erótico como el de Josef Hofer. Y si no os gusta ese mundo, siempre podéis envolverlo en hilos y ocultarlo como hacía Judith Scott.

Lo que sí espero es que estéis atentos al arte: en cualquier resquicio, basurero, habitación de niño, cajón de abuela, folio usado de compañero de trabajo, en una servilleta de bar, en un caballo de madera tallado burdamente, en el portal de una casa de pueblo, en un blog perdido por internet, en los comentarios de ese blog. Estad con los ojos abiertos, para que nada se pierda.

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14 enero 2008

Pequeña acuarela


Sentado en la hierba junto a la cascada
observo absorto el fluir del agua,
millones de gotas que caen constantemente
con hojas perdidas y el polvo arrancado a las rocas.
Durante años el agua y el ruido han cortado el valle,
agujereado con fuerza las rocas, partido las montañas,
y yo, con un poco de agua recogida en un bote
pinto despacio una pequeña y transparente acuarela.

(A Loli y Pon, mis proveedoras de material de pintura y escritura)

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11 enero 2008

El arte de los locos 11. August Walla y la belleza material de las palabras

Fascinante Walla. A veces nos enamoramos de palabras que suenan estupendamente bien: alhelí, mandarina, repiquetear. Pero no sé si alguna vez habéis pensado en la belleza material de una palabra, en sus cualidades pictóricas y decorativas, en su materialidad. De eso saben mucho los musulmanes, que decoran sus palacios con bellísimas caligrafías, o los monjes irlandeses que pintaron el Libro de Kells. Y August Walla, nuestro loco de hoy.

Nació en Klosterneuburg, Austria, en 1936, hijo único de una madre soltera y cuarentona que tuvo que dejarlo al cuidado de la abuela mientras ella trabajaba. La abuela murió pronto, casi a la vez que sus profesores se daban cuanta de que Walla tenía serios problemas de aprendizaje. De los nueve a los dieciséis años estuvo asistiendo a una escuela de educación especial hasta que fue internado en una clínica psiquiátrica (después de haber amenazado con suicidarse y quemar la casa), combinando estancias en el centro con visitas frecuentes a casa de su madre.


La casa en la que ambos vivían estaba a las afueras de Viena y sus paredes estaban cubiertas por los fascinantes dibujos, pinturas y fotografías del hijo. Sus cuadros están cargados de historia, llenos de simbolismo, plagados de referencias políticas, culturales y religiosas y sobre todo palabras, palabras y más palabras. En cualquier idioma (no en vano coleccionaba diccionarios de lenguas extranjeras) o inventando lenguajes personales llenos de referencias simbólicas, palabras que rodean a demonios, santos, dioses y profetas. Aterroriza pensar que todos esos gritos estaban en su cabeza.


En 1983, fueron internados los dos en el hospital Gugging. La madre murió en 1991 y Walla, que nunca pudo sobreponerse a ello, moriría de cáncer en 2001, a los sesenta y cinco años. Durante su internamiento formó parte de la Casa de los Artistas (Haus der Künstler), donde pudo dar rienda suelta a su capacidad creadora pintando sobre cualquier superficie que encontrara a su paso, lienzo, papel, paredes, puertas, árboles, armarios, dentro o fuera de la casa.

Sus obras han recorrido montones de museos: el County Museum de Los Angeles, el Setagaya Art Museum de Tokyo, el Museo de Arte Moderno de Viena, el Neues Museum Weserburg de Bremen.

La próxima vez que habléis imaginad la palabra escrita que sale de vuestra boca como en los cómics. Colgadla en la pared si os gusta.
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09 enero 2008

Cuchillo destructivo


Se quebró la calma
cuando el cuchillo saltó desde la silla
y destruyó,
agujereó, rasgó
las quietas capas de aire.
El universo entero estaba en paz
y de pronto todo tembló,
el cuchillo cruzó los espacios
delimitados por los muros,
de uno en uno,
como si un terremoto
hubiera puesto en danza la casa.
Todo quedó patas arriba,
los floreros caídos sobre el suelo
rotos en mil pedazos,
los cuadros que colgaban de las paredes
fuera de sus marcos,
la cera de las velas
sobre el blanco terrazo.
En todas las habitaciones
se apagaron las luces
cayeron los mubles,
se abrieron a golpes las ventanas.
Sobre la cama del dormitorio
cayó el cuchillo,
la hoja afilada hacia arriba,
sucia de gotas de sangre resecada.
Entonces se hizo de nuevo la calma.

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07 enero 2008

Rastro exquisito bajo los meteoros estelares


Bueno, pues ya llevamos unos cuantos días de año nuevo y hay que empezar a menear la taberna otra vez. Pero antes de empezar a servir copas, os recordamos cuáles han sido los textos más valorados del año pasado: en el caso de Serrano, han ganado con mayoría absoluta sus exquisitos meteoros, en el caso de Zendoia, por mayoría simple, lo más apreciado ha sido la estela dejada por su barco. Gracias por vuestra participación y por haber mantenido calentita la taberna durante estos días. A partir del miércoles, más y ...

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Aquí van los textos, como recordatorio:


Bajo los meteoros exquisitos

Aquella noche de los meteoros exquisitos
bajo el pinar sombrío
y la luna saliendo de las aguas oscuras.
Olor a sal y pinos
y, en el cielo tenebroso,
aquellos meteoros exquisitos.
Tú fumabas un cigarro
apoyado en el tronco de un pino,
sólo una breve centella de luz roja
cada vez que le dabas una calada.
Supongo que me viste
y por eso fumabas más deprisa.
“No estás sólo”, dijiste.
“Aquí somos muchos como tú.
Venimos cada noche
a olvidar junto a la orilla,
a pensar qué va a ser de nosotros
tras este cautiverio,
si no sería mejor al fin y al cabo
que nos quedáramos aquí eternamente,
oliendo a sal, a pino y a cigarro,
bajo los meteoros exquisitos”.

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El rastro del barco, la estela

Un gran barco de pasajeros
y yo en la popa,
bien aferrado a la blanca barandilla
mirando al mar.
De debajo del buque
suben remolinos en desorden
moviendo una fina espuma blanca sin cesar,
y la espuma se queda meciéndose sobre el agua
mientras el barco se aleja.
Se percibe claramente en el mar abierto
la ancha y larga estela dejada por la nave,
desaparece en el fin del océano más allá del horizonte,
y en todo el espacio que abarca la mirada
el color del mar es azul marino,
y el del cielo, azul celeste.
No sé de dónde viene ni a dónde va este barco,
ni en qué mar navega,
no sé cuánto tiempo llevo a popa, asido a la barandilla,
la mirada perdida en el rastro de agua,
sólo sé que el buque se dirige hacia el nornordeste,
y que yo estoy sólo en la popa vestido de negro,
y que en el cielo el sol se mueve despacio,
y el barco, en el mar.
Desde la sala de máquinas bajo el nivel del agua,
se extiende el sonido de los motores suavemente
hasta ser casi inaudible,
sopla fino el viento, hace frío,
pero no se nota,
no se nota nada
cuando la estela del barco se pierde en el mar.

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